miércoles, 25 de enero de 2012

Teatro mapa, teatro del consuelo*.



A lo largo de cuatro milenios de historia el teatro ha sido, entre muchas otras cosas, ritual dionisiaco, medio de adoctrinamiento católico, divertimento de aristocracias, crítica contra la burguesía ascendente y estrategia para la paz. Pero el teatro también, en este presente, puede ser un mapa; una cartografía que nos diga quiénes somos en este preciso momento de la historia, es decir, el teatro puede localizarnos cuando estemos perdidos.

México hoy es un país de guerra, una guerra muy diferente a la que los Estados Unidos lanzaron en contra de Iraq, pero acaso todas las guerras se parezcan. No, por supuesto, en su gran historia, la de los generales y las batallas, la de los presidentes y los estrategas; sino en las pequeñas historias, la de las personas que queriendo y sin querer se descubren en medio del fuego cruzado orando, comiendo, amando. Las Mil Noches y Una Noche es sobre esas personas parecidas a nosotros, que se duermen al arrullo de las metrallas y que al despedirse se dicen “por si no te vuelvo a ver, te quiero”.

Si el teatro es un mapa, debe indicarnos a dónde ir o al menos uno de los caminos posibles. Nosotros creemos en oponer al horror de la guerra la ternura del canto y las palabras del consuelo. Seguramente eso no detendrá la devastación, pero abrirá una ventana por la que entre un aire fresco que quebrante, al menos un momento, la pudrición de los cadáveres. Mientras la guerra, todas las guerras, sigan esparciendo su cáncer de tristeza y miedo, el teatro tiene la responsabilidad de alzar la voz. Por eso, no importa si es en un salón de clases, en una caravana rumbo a Ciudad Juárez o en el ombligo de la luna, Sherezada debe tomar la palabra y recomenzar: “Había una vez un rey…”.

* texto del programa de mano de "Las mil noches y una noche". Dir. Raúl Uribe.

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