miércoles, 25 de enero de 2012

Actores: pobres moderados.



Yo le pregunto al Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social dónde, en su escala de medición de la pobreza, nos incluye a nosotros los actores. Nosotros, que no participamos de las políticas públicas de seguridad social o salud, ¿deberíamos de contarnos entre los que viven en la “pobreza moderada”? Esto es el pan nuestro de cada día para mis compañeros artistas, pero como estoy convencido de que muchos que no lo son no lo saben, se los diré: ¿se imaginan ustedes cómo es el trabajo de un actor?, ¿cuántas veces han visto un anuncio en el aviso de ocasión de cualquier periódico que ponga “se solicitan actores”?*

Pues bien, el campo laboral de un actor no existe. Mientes -me dirán algunos-, están los castings para hacer unitarios en telenovelas, los comerciales, las películas y la Compañía Nacional de Teatro (CNT). Dicen la verdad, hay algunas fuentes de empleo, pero no son accesibles para el grueso de la población actoral económicamente activa. Tanto la televisión como el cine son espacios elitistas en mayor o menor medida. Independientemente del hecho de que los actores son admitidos ahí dependiendo de qué tanto los quiera o los deteste la cámara, hacer una telenovela o una película toma tiempo: hay que hacer varias rondas de castings (que en jerga, se llaman callbacks), tener paciencia a los tiempos de grabación o filmación. Esto, contando el tiempo que uno invierte en los castings en los que no se queda, puede tomar algún tiempo. La necedad del casero de venir a pedir mes a mes la renta abona a la desesperación.

Y cuando finalmente uno ha cumplido con su trabajo, a esperar a que paguen lo mucho o poco que indica el contrato. Un poco menos si los honorarios pasan por la Asociación Nacional de Actores, el sindicato monopólico que más mal que bien ve por los intereses de estos profesionales. Además, durante el tiempo en el que uno es contratado goza de seguro por accidentes (un set de filmación, aunque no se trate de una película de ninjas, es un lugar peligroso con tantas luminarias incandescentes pendiendo de pequeñas tuercas sobre la cabeza de uno), pero al finalizar el contrato obvio es decir que ese beneficio se termina. Como mucho la productora lo podrá contratar a uno un par de veces más, quizá. Y luego, ¿qué antigüedad acumula uno?, ¿quién lo indemniza en caso de accidente de trabajo?, ¿quién cotiza en su AFORE y cuál empresa lo jubila? Nadie.

Poco importa que un actor gane varios cientos de miles de pesos por una película hoy, si no hay ninguna certeza a la vista mañana. Por ello muchos actores se aprestan a montar algún negocio, un restaurante la mayoría de las veces, pero no todos tienen talento para los negocios. Está por demás mencionar el hecho de que las productoras independientes, consecuencia de sus propias inestabilidades económicas, tienden a desaparecer. Claro, hay afortunados que logran (gracias a uno o más de sus talentos) contratos de exclusividad en alguna de las empresas televisoras del duopolio televisivo, pero son los menos.

Los actores de la CNT gozan, además de un sueldo nada despreciable, de mayor protección laboral, pero su centralismo y sujeción a quién-sabe-qué criterios de selección (que pasan por el escandaloso nepotismo de su director) tampoco la convierte en una verdadera fuente de empleo para el grueso de los actores mexicanos, sino más bien la cumbre de ellas, el parapeto de su élite. Mismo caso con el Carro de Comedias de la UNAM o la novedosa (y polémica, por decir lo menos) Compañía de la Escuela Nacional de Arte Teatral. Por supuesto toda élite es una creación discursiva detentora de un criterio de verdad que separa a los buenos de los malos, pero esto es harina de otro costal.

Finalmente estamos de vuelta a la pregunta inicial: ¿cómo se imaginan ustedes que es el trabajo de un actor? Pues bien, se los cuento: un muchacho que se hizo de algunos amigos en la escuela, un día se ve al espejo y se haya desempleado. Levanta el teléfono y llama a algunos similares igualmente desempleados. Se reúnen en algún lado y se proponen poner una obra. Ensayan aquí y allá, regalando lo que en otros países con legislaciones al respecto es trabajo pagado. Para pagar la producción (escenografía, vestuario, utilería y un largo etcétera) hacen una fiesta a beneficio, rifan un iPod o los padres de los actores reúnen un pequeño fondo con tal de ver a sus hijos en escena.

Entrar a un teatro es cosa aparte. Hay teatros que cobran porcentajes y hay teatros que cobran rentas. Hay teatros que apoyan la difusión de su cartelera y hay los que no. Hay teatros “muy calientes” que tienen un público cautivo, y hay por los que ni las moscas quieren pararse. Hay teatros en los que no se puede cobrar boletaje y hay que ir a cooperación voluntaria o, por otro lado, hay los que controla Ticketmaster y en los que uno vuelve a ver el dinero de sus entradas, menos impuestos, mucho tiempo después. Hay teatros que apoyan económicamente la nómina de los actores que se presentan y hay teatros que hacen perdidizos los montos de las entradas. En fin. Tarde o temprano la temporada (o más de una) se termina y hay que volver al punto de arranque. Si la obra fue bien tanto en prestigio como en ingresos económicos, puede ser que las condiciones para dar pie a un nuevo proyecto mejoren, pero también pueden empeorar porque el teatro es un amo miserable que no garantiza que el éxito de anteayer se capitalice en el de pasado mañana.

¿En algún lugar de la narración anterior dije “se van a dar de alta al seguro social” o “se les notifica cuántos puntos han cotizado en el Infonavit” o “pasan a cobrar su aguinaldo y prima vacacional”? Claro que no. Los actores no gozan, en términos de largo alcance, de seguridad social de ningún tipo por el modo en el que practican su arte. Más allá de que la mayoría de los bancos tachan nuestros nombres en las listas de créditos o financiamientos nomás preguntar “¿profesión?” y escuchar la palabra “actor”. El vacío legal en torno al ejercicio de esta profesión profundiza la desigualdad social a la que estamos sometidos.

Quiero ser muy claro en esto. Muchos optimistas dicen: no tenemos que esperar todo del Estado, tenemos que trabajar mucho, ser creativos y generar con iniciativa nuestras propias fuentes de ingreso. No se trata de eso. La voluntad de mis compañeros actores ha dado muestras de ser inquebrantable y sin embargo viven postrados. Es la insensibilidad de los legisladores la que ha pospuesto para nunca más un programa de generación de fuentes de empleo prósperas para este sector productivo. Pero de un Estado que ha abandonado otros sectores aún más estratégicos como el agrícola, ¿qué se puede esperar?

Fundación de compañías estatales de teatro, circuitos y giras que les permita llevar su arte a rincones apartados de las ciudades, incentivos fiscales para empresarios que inviertan en teatro, obligaciones patronales para los empleadores de actores y sobre todo acceso a los servicios de salud y a los programas de seguridad social, son cuentas pendientes en las tareas de algún diputado. Habiendo llegado artistas a los escaños, sorprende que la protección de su gremio no sea una de sus prioridades. Como sea, la indolencia de muchos artistas a este respecto que involucra la calidad de su futuro si no de inmediato, al menos a mediano plazo, compone el nido de la serpiente en el que se incuba el abuso.

Dije que el campo laboral de un actor no existe pues, pensando en clave de Hobbes, lo que no existe en la ley, no existe en ningún otro lado. Corrigiendo, el campo laboral de un actor no existe para el Estado y, por lo tanto, es territorio de privaciones. La pobreza se define en la escala de medición a la que aludí arriba como privación individual de aquello necesario para el funcionamiento como persona o la integración al entorno social. La pobreza moderada viene a ser, entonces, la privación de todo ello, menos del alimento, la casa o el vestido y sobre todo, la no participación de programas públicos de seguridad social y salud. Los actores son, pues, en este país y en este siglo, pobres moderados.

Lamentablemente la conciencia de clase en los actores que los llevaría a la militancia política y a la protesta se adormila en los mullidos brazos de la mitología hollywoodense según la cual que cualquier slumdog puede convertirse, en un golpe de suerte, en un millonaire.

*entrada publicada originalmente el 1 de agosto de 2011.

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