martes, 4 de diciembre de 2012

#YoSoy132, la telenovela


Un día después de la toma de protesta de Enrique Peña Nieto como nuevo presidente de México, por las buenas o por las malas, la comunidad teatral del Distrito Federal se consternó con la noticia de que un grupo de estudiantes de la Licenciatura en Literatura Dramática y Teatro de la Universidad Nacional fueron amargamente detenidos, junto con otros jóvenes, por las fuerzas policiacas en el contexto de las protestas en contra de lo que el movimiento #YoSoy132 y sus aledaños, han calificado de imposición, con alguna razón aunque no la suficiente.

La pregunta más ingenua que puede hacerse y posiblemente la primera que se hicieron los padres de los muchachos detenidos es “¿qué hacían ahí?”. Según la información que ha circulado en las redes sociales, cuya veracidad merece ser puesta en duda todo el tiempo, los jóvenes artistas realizaban un performance en protesta contra todo lo que merecía, a su juicio, ser protestado en ese momento: la represión de Atenco, cuya sangre seca aún grita desde las calles de esa localidad del Estado de México por justicia; el caso Monex y el caso Soriana, que ayer el Instituto Federal Electoral encontraron libre de toda mácula; la participación ilegal de los medios de comunicación masiva, especialmente Televisa, a lo largo del proceso electoral; etcétera.
Una respuesta un poco menos naive podría acercarnos a una comprensión más humana de las cosas y, por lo tanto, más triste. Estos estudiantes muy probablemente participaron en todas y cada una de las inconformidades que sucedieron al aparatoso ridículo que hizo aquel día, que pudo haberse antojado histórico, en la Universidad Iberoamericana ése que ahora ocupa constitucionalmente la Primera Magistratura de la nación. En ese sentido es lógico pensar que moralmente, heroicamente, estaban obligados a participar en lo que, con toda certeza, era la culminación de su gesta, la cual, dicho sea de paso, no siempre fue constante y tuvo momentos más lúcidos que otros. El peor, el sometimiento de uno de los voceros de #YoSoy132 a la burrucha de analisucho politicucho del canal 4.

Con profunda decepción estamos obligados, a partir de este punto, a sorprendernos ante la falta de miras de este grupo de manifestantes, especialmente del contingente conformado por los noveles creadores escénicos, objeto de nuestra preocupación. No quiere decir esto que no haya que sentir solidaridad por su situación actual, o indignarse enérgicamente si es que de manera brutal, como casi siempre suelen actuar las disque fuerzas del orden público, fueron privados de sus derechos elementales. Por supuesto, aun cuando se compruebe que ellos fueron artífices de actos vandálicos, esto no basta para justificar aprensiones ilegales y palizas paleolíticas. Más aún si, como hasta ahora, han sido consignados a los penales algunos de los participantes de la marcha sin que haya pruebas que demuestren su participación en los actos destructivos retratados por las cámaras de los periódicos.

Sin embargo, no deja de preocupar una cuestión fundamental: ¿exactamente, en la mente de estos muchachos, estudiantes de actuación y dirección de la Facultad de Filosofía y Letras, cuál era el objetivo de la movilización el primero de diciembre? Impedir la ascensión era imposible, no hace falta decirlo. Sin la participación acordada de las fuerzas políticas en el Palacio Legislativo de San Lázaro y todavía con ellas, eso era altamente improbable. Es más, nunca ha ocurrido algo así en la historia reciente de México, ni siquiera en las condiciones más propicias de fraudes más fehacientes, como en el caso de la elecciones de 1988 arrebatadas a Cuauhtémoc Cárdenas y del 2000, de las cuales fue desposeído Andrés Manuel López Obrador. Así pues, ¿el objetivo de la manifestación era la manifestación en sí misma? Si ese hubiera sido el caso, ¿era necesario, a fin de visibilizarse, chocar contra los destacamentos de granaderos, superiores en número y capacidad de fuego?
Como nadie puede razonar tan mal, sólo queda pensar que, en realidad, nadie estaba razonando. Y esto es lo verdaderamente preocupante. Una masa idiotizada por el despecho ideológico corre tanto riesgo que una idiotizada por la televisión. Se equivocan los chicos al creer que la única forma de ser estúpido es ser de derecha, conservador y reaccionario. También se puede ser imbécil y de izquierda; ejemplos sobran. Lamentablemente el uso de la fuerza pública, según puede verse con toda claridad en los videos y fotografías de esa sangrienta jornada, no resulta del todo injustificado toda vez que hubo destrucción decidida de la propiedad pública y privada. Esto golpea fatalmente la legitimidad del movimiento antipeñanietista.

Pero aun así hay que anteponer una duda sensata. Es probable, puesto que el poder en este país ya ha actuado así antes, que quienes hayan iniciado los disturbios hayan sido personas ajenas a los movimientos convocantes; incluso puede pensarse, si se es devoto de las teorías de la conspiración, que fueron agentes infiltrados por el gobierno para desacreditar la protesta social. Lo cierto es que, en todo caso, los manifestantes pacíficos, si es que los había, no quisieron o no pudieron deslindarse a tiempo de ese núcleo de violencia y el resultado, pasado los primeros minutos críticos, adquirió carácter de irreversible: balas de goma, gases pimienta, chorros de agua, un muerto que siempre no estaba muerto. Apenas hace unas horas los voceros del Movimiento #YoSoy132 han insistido en que el los hechos violentos han servido de leña verde para una hoguera en la que el nuevo y al mismo tiempo viejo partido en el poder pretende hacerlos arder de una vez por todas. Muchachos, demasiado tarde para decir yo no fui.
Ahora bien, si queda claro que el PRI ha ostentado en más de una ocasión su vocación castrante y si las señales de que estaban listos para reaccionar con fiereza eran tan evidentes, ¿por qué los manifestantes deciden que la mejor forma de hacerles frente es atacándolos? Este despropósito puede ser prueba de tres cosas: o la limitada capacidad intelectual de sus dirigentes que no previeron la reacción de las fuerzas del orden público, o su incapacidad para hacerse obedecer por sus seguidores que pese a sus indicaciones se lanzaron a la carga poniendo sus vidas en peligro, o el abandono de los principios de la resistencia civil organizada en favor del desfogue. Yo considero a esta última la respuesta más correcta. Quiero subrayar la expresión que usé hace un par de párrafos, “despecho ideológico”, para dejar claro que lo importante aquí es el estado anímico de la masa, sus sentimientos.

Fuerzas oscuras y poderosas bullen en el interior de los seres humanos. Esos impulsos emocionales son propulsores de la historia tanto como las corrientes económicas y los determinantes geográficos, no simples concluyentes de la vida privada, al menos no exclusivamente eso. ¿Cómo entender, para botón de muestra, la elevación del Nacional Socialismo en la Alemania del interregno si no a partir de la frustración de un pueblo furioso contra sí mismo?
En este sentido poca diferencia media entre los que el fin de semana se entregaron a la tarea de destruir todo a su paso y los que votaron alegremente por el PRI. Los segundos son como niños que corren a refugiarse al abrigo paterno; los primeros, adolescentes enojados permanentemente contra el modo en que la realidad se presenta. Ningún adulto entre ellos, ninguna inteligencia sensata. Más aún, toda vez que ha quedado al descubierto con toda facilidad la torpeza de los manifestantes y la ruindad de quienes tomaron la decisión de arremeter en contra de la muchedumbre, salta a la vista que ambos juegan papeles complementarios. O como deberían saber muy bien los estudiantes de teatro, si es que sus maestros de análisis del drama han sido consistentes, para que exista un victimario debe haber una víctima. Jaques Lacan llamó a esta colocación subjetiva “gozo” y bajo su lógica perniciosa puede decirse que los estudiantes aprendidos gozaron –siempre en el sentido lacaniano de las cosas, es decir, no la disfrutaron sino todo lo contrario, la padecieron pero bajo una intensa motivación psicológica– su detención toda vez que esta confirmaba la supuesta maldad del régimen a instaurarse y daban sentido a su persistente lucha.

No quiero decir que la resistencia no tenga valor. Todos lo contrario. La resistencia tiene un valor que debe ser cultivado exactamente en el sentido inverso de lo que sucedió en el centro de la Ciudad de México el domingo pasado. Si todos los focos de resistencia se reducen a turbas histéricas, entonces todo estará definitivamente perdido. Si #YoSoy132 quiere sobrevivir como opción política debe hacer gala de la educación que supuestamente enarbolan como bandera. Si no son capaces de esto, dejarán claro que desde el principio no fueron más que un grupo de imberbes pretenciosos cuya formación intelectual no era sino poses copiadas a través de Facebook o Twitter.
Podría concluirse, sin ningún apego a la corrección política, que la manifestación del primero de diciembre y el regadero de sangre consecuente no sirvió más que como desfogue emocional de las partes implicadas y un establecimiento ramplón de roles de melodrama: acá los héroes, allá los villanos. Queda para el anecdotario de las mínimas revoluciones del siglo XXI la historia y para la Historia la cruel ironía del sentimentalismo de culebrón que obnubiló la mente de los opositores de Peña Nieto, al cual ellos siempre acusaron de no ser más que un figurín de telenovela.

Los hacedores de teatro de la capital del país esperamos la liberación de nuestros pequeños colegas, pues su lugar está en las aulas y en la escuela, pero no pasamos por alto su falta de inteligencia e imaginación. Nuestro arte ha servido al progreso social desde la perspectiva revolucionaria. El poder debe temer al arte porque el arte en sí es un arma. En las redes sociales ahora bullen los nombres de los detenidos. ¿Por qué no están todos sus amigos, muchachos, manifestándose a las afueras de los juzgados?, ¿dónde está la solidaridad de su revolución?, ¿por qué no le hacen la guerra campal a punta de pedradas a los jueces que los consignaron? ¿Ahora ya no quieren? Eso, jóvenes, se llama hipocresía. ¿Se acuerdan de ella? Alguna vez fue su enemiga.

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